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Aquí se manifiesta un lado oscuro, una herida, un trauma, un desaparecer…

Pocos saben vivir la adversidad estando en adaptación, pues el escenario nos muestra vulnerabilidad y a la vez se despierta el miedo a ser aplastado, a morir y aparentemente me paraliza el crecimiento a priori.

No obstante esa semilla que crece a su ritmo en ese campo tan pedregoso trae la fuerza de la resiliencia, es capaz de mostrar que es posible florecer incluso superando las proyecciones o pronósticos de una sociedad que sostiene juicios enterrados y sepultados como sentencias.
Recordar el alma, conectarme con la esencia al margen del escenario me invitará a mirar desde otro ángulo, a sostenerme en la chispa que emerge en mi interior.
Desde ahí, empiezo a rendirme, a salir de la víctima, así como de la necesidad de controlar.
Poco a poco la expresión irá perdiendo valor pues me sostengo en lo que ya soy, ya Es.
Allí surge un bello florecer, surge el despertar de la compasión por encima de la forma, surge el Ser.
Sí, tiene muchas piedras, tiene poco suelo pero las raíces se están haciendo fuertes adaptándose a este entorno pudiendo trasformar incluso la mirada, pudiendo incluso empezar a agradecer a este entorno, pues gracias a ello ahora soy esa preciosa flor que integra, acepta e incluye el alrededor, agradeciéndolo por ser quien ahora soy.
Desde este lugar empiezo a reconocer y ver más flores donde muchos solo ven cadáveres, empiezo a ver las semillas y las múltiples posibilidades para florecer, empiezo a mirar desde otro prisma de valores, empiezo a comprender que el Ser puede trascender el espacio y el tiempo.
Gracias adversidad, sin tí no sería quién ahora soy.

Izan Arregi

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